El sándwich del instituto

Para ir a mi instituto tocaba madrugar.

El timbre sonaba a las 7.20 hs. Por lo que había que levantarse sobre las 6:30 hs para vestirse y desayunar.

Mi padre me llevaba en coche. Siempre iba con prisas, por lo que solía dejarme en el instituto 15 o 20 minutos antes. Llegaba de los primeros. Esa característica de llegar antes a todos los sitios, es una herencia que no me pude quitar. Tampoco me molesta.

 Al sonar el timbre, nos formábamos todos por cursos, muy ordenaditos, y se procedía a izar la bandera mientras todos cantábamos  “Alta en el cielo”. Bueno, no todos…alguno aun dormía de pie.

Luego, escuchábamos los “buenos días” de alguna autoridad, que básicamente, consistía en un pequeño discurso moralizante, alguna información de actualidad escolar y terminar rezando un ave maría. Y de allí, caminando en fila a la clase.

Esto significaba que nuestro desayuno era antes de las 7 de la mañana, y que salíamos como poco a las 12.10 si había sexta o casi a las 13 si había séptima.

Un periodo muy largo para pasarlo en ayunas.

Don Bosco de Ramos Mejia

En el instituto, teníamos un kiosco que estaba, en una sala, a continuación del teatro, y que en primer año sufrió nuestro famoso atraco. De ese atraco, me comí un alfajor y una amonestación, pero esto lo dejo para otra historia.

Más adelante se trasladó a la cantina que aun está, al lado de la galería que va a la primaria. Ahí teníamos el Kiosco de Puni. Puni era una mujer de mediana edad, que llevaba la cantina, preparaba los sándwiches y luego nos atendía en los recreos. Una mujer multitarea que se hacía querer. Allí podíamos comprar sándwich de salami, o de jamón y queso, o también hamburguesas, además bebidas y  golosinas varias.

Mi madre me hacia un sándwich en casa. En mi casa, siempre hubo una innecesaria economía de guerra, que con los años asocié a las privaciones que mis padres pasaron siendo niños. Por eso, nunca hubo dinero para mí, para gastar en el kiosco del colegio. Si yo decía que tenía hambre, me preparaban algo para llevarme. Y aunque no estaba mal, por algún incipiente impulso consumista y de sana envidia a algunos compañeros, que compraban en el colegio, yo prefería el sándwich de Puni, aunque tuviera una sola loncha de salami. Mi presupuesto nunca llegaría a plantear el de jamón y queso, y menos la hamburguesa.

Las veces que ahorraba y conseguía comprármelo, veía que tenía tanto pan y tan poco salami, que le ponía la mostaza que había para las hamburguesas, que era gratis, para que tenga gusto a algo. Aun hoy me gusta esa extraña combinación, ya que ese sabor me hace viajar a ese momento. Ahora me doy cuenta que el kétchup no existía allí. Quizás esa influencia americana aun estaba por llegar.

Nunca tenía dinero para comprar. Solo me daban lo justo para tomar el 621 hasta casa.

Así que a veces, volvía caminando a casa.  Unos dos kilómetros. Lo que me ahorraba de varios viajes, lo juntaba para comprarme un sándwich en el cole.

Recuerdo esas caminatas llevando incómodamente los libros con esa absurda e incómoda moda de tenerlos agarrados con dos ligas elásticas. Hubiera sido mas cómodo alguna mochila, pero nadie se atrevía a llevarla, por miedo a ser señalado.  La tiranía de la moda adolescente.

Hace unos años, en uno de mis viajes a Bs As. Decidí pasar a ver mi antigua casa de Ramos Mejía. Pero antes, pasé por mi instituto y volví a hacer caminando ese camino desde allí, recordando cada esquina, cada calle y me veía a mi mismo caminando con 15 años con aquellos libros sostenidos por esas ligas elásticas debajo del brazo y sudando con ese blazer azul.

Luego de pasar por mi antigua casa, me fui a una cafetería y pedí un café. Sentado solo con la taza en la mano,  recordaba con nostalgia esos días. Por suerte, esta vez no tuve que ahorrar en viajes para pagarlo.

4 comentarios en “El sándwich del instituto”

  1. Qué bueno el detalle del ahorro,y de comprar en el kiosco, como los demás. En qué año fue? los libros sostenidos incómoda precariamente y las caminatas por un sandwich. Ahí te va el Ganarás el “pan” con el sudor de tu frente, je!

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