Periódicos viejos

Cuando tenía 10 años, estudiaba en el colegio Don Bosco de Ramos Mejía. Mi colegio contaba con numerosas actividades, en las que se involucraba a padres y alumnos. Recuerdo una, que para mí fue muy motivadora. Era la denominada “campaña del papel” y consistía en la recolección de papel y cartón por parte de los alumnos. El colegio luego lo aportaba a alguna asociación, para su posterior venta, y que, con lo recaudado, se ayudara a alguna causa que ahora no recuerdo.

Para incentivarnos, nuestro colegio organizó un concurso con premios, para los alumnos que aportaran más cantidad. Y también existía un premio a la clase con más kilos aportados. Cada alumno traía un paquete o caja con papel o cartón, identificado con su nombre y curso. Todos los depositábamos en un rincón de la clase. Luego un conserje pasaba con un carro a recogerlos, y los llevaba a una sala, donde había una gran bascula, en la que se encargaba de pesarlos.

Diariamente, se publicaba un ranking por kilos aportados por cada curso y otro individual por cada alumno. Era emocionante buscarme cada mañana en la lista y ver como progresaba en ese ranking.

Los premios para los alumnos, que habían conseguido traer más kilos de papel, se entregaban al final del año. El primer premio era una mochila de campamento con todos sus accesorios. Luego de segundo premio, un saco de dormir. Y algunos premios más que ahora no recuerdo. Yo tenía claro que quería esa mochila. No sé para qué, si nunca había ido de campamento en mi vida. Supongo que me imaginaba que a partir de eso lo haría y sería divertido. O quizás solo por ser el primer premio. No sé por qué, pero quería ganarla. Era un reto que  podía intentar conseguir. Y por eso impliqué a mis padres, mis tios, amigos, etc. para que me guardaran todos los periódicos, revistas, cajas, etc. que pensaban tirar. En esos años el reciclaje no existía y todo iba a la basura.

Pero no era suficiente. Enseguida vi que había alumnos de otros cursos, que acumulaban muchos  más kilos que yo. Tenía que conseguir más.

Así que, como me aburría mucho en casa, un día se me ocurrió conseguir papel entre los vecinos de mi barrio. Le pedí a mi madre todas las bolsas de la compra que tuviera y salí a la calle. Ese primer día no tenía claro que hacer. Simplemente, di la vuelta a la manzana, tocando todos los timbres de mis vecinos. Cuando salían y veían a ese niño de 10 años, pidiendo viejos periódicos o revistas que no les sirvieran, supongo que se sorprendían, y en muchos casos me daban 3 o 4 periódicos viejos. Yo iba llenando mis bolsas y volvía feliz a mi casa con el botín conseguido.

A los pocos días, mejoró mi logística, y me organizaba en un cuaderno, los recorridos planeados, para no repetir calles hasta pasado un tiempo. Cada día, un poco más lejos de casa, buscando nuevos timbres que tocar.  Hoy pienso que distinta era nuestra infancia, respecto de la actual. Se me ocurren muchas razones, por las que sería impensable que un niño de 10 años lo hiciera hoy, ni que sus padres lo permitieran.

Al llegar a casa, ordenaba y empaquetaba todos periódicos, y lo pesaba, ayudado por una pequeña bascula que tenía mi madre, de esas con las se controlaba el peso de todos.
Yo Lo hacía para controlar que el peso de mis paquetes, coincidiera con los apuntados luego en el colegio. Al día siguiente, mi padre me llevaba en coche al colegio, con el maletero lleno de periódicos viejos empaquetados.

Finalmente, y gracias a esa recogida por mi barrio, fui subiendo posiciones en el ranking.

Al terminar el año, acabó el concurso. No gané. Había un alumno que ganó con mucha diferencia. Creo que su padre aportaba enormes cantidades de cartón de su empresa, lo que hacía imposible competir con él. Pero terminé segundo y me lleve mi saco de dormir. Se organizó un acto de entrega de premios, y me aunque yo quería la mochila, cuando me entregaron el saco de dormir, tuve una gran felicidad interior que no compartí con nadie. Me sentía feliz de mi segundo puesto, porque era merito mío.

Me llevé a casa ese saco de dormir, y creo que nunca lo usé. Lo tenía guardado en la parte superior de mi armario, y cuando lo veía, me sentía orgulloso de haberlo ganado.  Casi sin querer, ese día aprendí un poquito, como reconforta conseguir con esfuerzo un objetivo.

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