Hospitales

Con la pandemia que vivimos, los hospitales y su saturación, son portada de los telediarios. Mirando uno de estos telediarios, recordaba mis semanas de hospitalización de hace unos años.

Los periodos vividos como paciente dentro de hospitales son extraños. Uno no está allí por placer, sino porque no le queda más remedio. Cuando el ingreso hospitalario es largo, comenzamos a vivir una nueva realidad, llena de curiosas rutinas cotidianas. Hace más de 25 años tuve un grave accidente de tráfico, y me tocó vivir esta experiencia.

Conduciendo un scooter, tuve la mala suerte de encontrarme con un Peugeot 605 color burdeos, que no respetó un “ceda el paso”. Iba a ser el último viaje en moto, porque la había vendido, y efectivamente fue el último. A partir de ahí, mas de dos meses ingresado en el hospital  “La Paz” de Madrid y siete meses más de recuperación.

Antes y después

No recuerdo los primeros días, porque tenía un alto nivel de sedación. Una vez que pasé la primera semana y empecé a estar más consciente, pude interactuar con la nueva familia, que pasan a ser los otros internos. Es curioso como ese micro mundo de la planta 13, se convierte en una nueva realidad.

Uno de mis primeros compañeros de habitación fue un abuelo de 93 años. Me sorprendía pensar que tenía el triple de mis 31. El pobre murió a los pocos días. Fue una mala experiencia.

Luego tuve otro compañero que era más joven. No recuerdo el motivo por el que estaba allí, pero no parecía grave. En el año 1995, la única diversión de la habitación era tu propia radio o un televisor a monedas que la compartías con tu compañero. El mando a distancia tenía un curioso sistema antirrobo. Estaba dentro de una caja de metal y unido a la pared con una pesada cadena.

Una mañana, la enfermera vino a lavar la cama de mi compañero, y puso el mando sobre el cabecero donde están las luces y las salidas de oxigeno. Al lavar al paciente, se le enganchó la cadena y el mando, con su caja de metal antirrobo, le cayó en la cabeza a mi compañero. Cinco puntos en la frente  tuvieron que darle. Eso si la atención fue inmediata. Ventajas de estar en un hospital.

Más adelante tuve a otro compañero de unos 60 años que venía a una operación programada. Nada grave. A su alrededor, su madre, su esposa, y una hija de un matrimonio anterior. Si se levantaba, ellas le ponían la bata para que no pasara frio. Si tenía sed, las tres corrían a buscar un vaso de agua. Al día siguiente le apetecía un zumo de naranja. Su mujer me pregunta si yo creo que se lo podría pedir a la enfermera. Por respeto, contuve la carcajada, mientras me imaginaba a la enfermera exprimiendo naranjitas. Se pensaría que era un hotel, y de los buenos.

Esos dos meses me dieron para tantas anécdotas que no entran en este relato, y algún día las contaré en otro.

Poco a poco fui asumiendo mi rutina carcelaria. La limpieza a las 7.30 hs. El desayuno a las 8:00 hs luego a esperar al médico para la revisión, comer a las 13:00 hs, hora de visitas, merienda, cena a las 20:00 hs., algo de tele y dormir. Alguna mañana un traslado para una prueba. Cada día igual.

De esa etapa me llevé la costumbre de escuchar la radio para dormir, que aun mantengo. Allí daba igual a qué hora durmiera, así que me aficioné a los programas nocturnos de radio. Un amigo me prestó un ajedrez electrónico, y jugué innumerables partidas, intentando ganar a la máquina. Algunas veces lo conseguía.

Cuando estuve mejor, me permitieron paseos por la planta. Allí cada día recorría todo el pasillo, lentamente y con muletas, contando las 67 baldosas que había de una punta a la otra, mientras iba saludando a otros pacientes que estaban como yo.

Finalmente, me dieron el alta hospitalaria. Ese día pasé por muchas habitaciones despidiéndome de los otros pacientes a los que nunca iba a volver a ver en mi vida, pero que durante ese tiempo fueron mi familia.

Al salir del hospital, con dificultad subí al coche, que conducía Gabriela. Mientras volvía a casa, miraba con asombro todas las calles, los coches, la gente. Todo seguía allí donde lo había dejado. Era una rara sensación, como cuando volvemos a un sitio después de mucho tiempo y miramos con curiosidad, por si algo ha cambiado.

Vivir allí fue como estar en un mundo alternativo. Creo que las sensaciones de confinamientos tienen similitudes. Una cárcel, un hospital, una pandemia. Deben tener puntos en común. Pero lo mejor es cuando nos toca salir….

18 comentarios en “Hospitales”

  1. me hiciste acordar mi internacion a los 27 años ( hace 30) , 11 dias en el Hospital Israelita de Buenos Aires, 12 años de colegio católico y en una urgencia termino en la contra. jaja, por suerte ya no era religioso, las sabanas y almohadas con la estrella de David, era como los crucifijos de otros lugares. Estaba en una habitación tipo pasillo, mi compañero no estaba al lado, sino detrás, Así hice amistad con un argentino residente en EEUU que había vuelto para despedir a su padre internado, los últimos días exigió, que sacaran a su padre del lugar así yo no sufría su muerte, que era muy joven, decía, luego de morir en otra habitación su padre, vino a saludarme y despedirse. Igual la mejor fue la enfermera jefa de piso, 6.30 am, pasaba a limpiar, con una empleada, para hacerlo daba terrible portazos haciéndonos saltar de la cama y tiraban un baldazo de agua para limpiar. Un día, venia escuchando que hacia lo de siempre y la espere con mi botella de 500 cm de agua, llena, que me traía mi flia. Al abrir la puerta se la tire sintiendo hasta el dolor del suero que pasaba por el otro brazo, le pasó a milímetros de la cabeza, a la noche vino mi familia y me dijeron que dormí todo el día, jaja habrá que ver que pasaron por el suero. Esa misma noche vino el jefe medico, le conté lo sucedido, el solo venia a revisarme, a la enfermera no la vi mas.

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  2. Recuerdo la última vez que acompañé a alguien después de una intervención quirúrgica: bajé a la cafetería a comer algo, recorrí pasillos y pasé personal cuando de repente me dí cuenta que no llevaba la maldita mascarilla jajaja me regresé como alma que lleva el diablo. Yo nunca he estado más de dos o tres días en un hospital y la verdad los detesto. Tienes razón en que es como una experiencia carcelaria. Buenas anécdotas sin embargo. Saludos!

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  3. Es, como dices, otro mundo, otra realidad separada de lo que sucede al otro lado de las ventanas. Es un mundo con sus ritmos y rutinas y con sus pobladores, con los que se comparte, se quiera o no, más intimidad que con algunas amistades.

    Salud.

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  4. En realidad un hospital es un submundo complejo y ajeno al que existe fuera de sus puertas. Pero al final, se puede convivir, asimilando la situación y comprobando que puede haber momentos buenos y personas agradables. Con todo, prefiero tenerlos lejos. Un abrazo

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  5. Me he leído tu relato de cabo a rabo. Me ha interesado mucho, pues mi vida laboral ha estado vincula al mundo sanitario. Me ha aportado mucho, espero que no te quedara ninguna secuela del accidente y que tu vida se haya desarrollado con total normalidad y sino hay que vivirla como sea, sacar lo bueno y disfrutar de lo que tenemos. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias por pasar a leer mi blog y por tu comentario. Mi tobillo me recuerda cada día que esta ahí, al caminar, pero se puede vivir con ello. Entiendo que debe ser interesante confrontar la visión del paciente con la del sanitario. Te espero en próximos relatos por aquí. Un abrazo

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