Cuando yo estaba en edad escolar, allá por los setenta, prácticamente no existían las hoy llamadas “actividades extraescolares”. Como cambian las cosas. Cuando fue el momento de mis hijas, tuvieron la oportunidad de probar de todo. Para nosotros, hubo dos que fueron imprescindibles. Aprender inglés era fundamental. Y algo de deporte, por lo que elegimos natación. Esta última quizás motivada por mi frustración de no aprender a nadar hasta los 40. Bien es verdad que en una piscina era capaz de llegar al otro extremo, aunque sea moviéndome a lo perro. Pero además de estas dos, las apuntamos a todas las actividades que les interesaban y nos pedían. Y fueron muchas.
Como ya he contado en alguna otra historia, de pequeño me aburría mucho. Y lo único que podía hacer era ir a jugar al futbol, donde no destacaba en absoluto, o buscarme entretenimientos en casa.
Pero cuando tenía 11 años, surgió la opción de apuntarse por las tardes a clases de Judo. Una nueva actividad, que se realizaba en el gimnasio de mi colegio.
No sé como acabé apuntado, si fue porque lo pedí yo, o porque me lo propuso mi madre. Lo cierto que comencé a ir con mi amigo tocayo Guillermo.
Me compraron el pantalón y el kimono para Judo, con mi cinturón blanco de novato y me presenté en el gimnasio. Aun recuerdo la cara del profesor. Tendría unos 40 años, aunque con las personas asiáticas es muy difícil acertar con la edad. Creo que era japonés, y tenía cinturón negro cuarto Dan. Bueno, lo del cuarto Dan me enteré después. Ese día no sabía ni lo que significaba tener cinturones de colores.
Cuando llegué al gimnasio el primer día, me di cuenta que solo mi amigo y yo teníamos el cinturón blanco. Los demás, llevaban uno de amarillo para arriba. Éramos los novatos.
Nunca tuve habilidades para la actividad física y esta no iba a ser la excepción, pero le puse voluntad. La teoría siempre se me dio bien, así que, rápidamente, me aprendí los nombres de las llaves y la teoría para practicarlas. Otra cosa es que lo hiciera con éxito. Alguna vez lo conseguía, pero reconozco que ni la más sencilla “O-Soto-Gari” me salía decentemente.
Y así fue transcurriendo el año, yendo dos veces por semana. Las clases se dividían en una parte de aprendizaje y ejercicios, y otra, en la que el profesor proponía combates entre los alumnos. No gané ninguno de esos combates en todo el año. Mi amigo Guillermo por lo menos me ganaba a mí, así que solo con eso, le fue mejor.
Al final del año, había una especie de competición por la que los alumnos podían promocionar a un cinturón superior. Ese día yo solo estaba para mirar. Con mi nivel, no podía promocionar a nada.
Al terminar el año, terminó mi experiencia con las artes marciales. No puedo decir que me defraudó. Yo iba contento, era algo nuevo, y aunque estaba claro que no era lo mío, hoy tengo esa sensación de que lo intenté.
No recuerdo si mi amigo siguió. Yo vi que el cinturón amarillo era una frontera infranqueable, así que preferí no pasar otro año, comprobando lo dura que era la colchoneta.
Y con esta actividad, puse fin a mi experiencia deportiva extraescolar. Más adelante, al comenzar el instituto, fui a clases de inglés, pero para eso faltaban un par de años.
Yo me apunté a dos actividades, bueno, eran las únicas que había entonces, ajedrez y natación. Aprendí a nadar de muy pequeño, empeño de mi padre que siempre agradeceré. Competí sin excesivo éxito, pero me lo pasaba muy bien. Cierto que luego hubo judo, pero no me atrajo. Es curioso como han cambiado las cosas y la cantidad de extraescolares que hay ahora y de los deportes más variopintos. Me siento muy identificado con tus historias. Un abrazo y buen finde.
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Gracias !!!
Ahora hay infinitas posibilidades. Mis hijas han hecho de todo desde pintura y bailes de todo tipo, hasta esgrima y un intento de espada japonesa. Por contra, nosotros teníamos la calle…
Un abrazo
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Sin duda en el tema de lo deportivo eres un consuelo para mí, quería comentarte que también ha hecho falta que subieras una foto tuya con el kimono.
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Lamentablemente, o por suerte, no tengo testimonio gráfico del momento.
Un abrazo
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te imaginooo! esa “idea” me da ternura y gracias. te sirvió para mitigar el aburrimiento, al menos
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Pues tú por lo menos intentaste lo del judo. A mi los deportes nunca me han llamado mucho. Mis padres me apuntaron a mecanografía (uf! Recuerdo lo de repetir series de letras hasta el aburrimiento, total para acabar escribiendo -ahora – con cuatro dedos a lo sumo 😂) y por petición propia, a dibujo. Todos los sábados por la mañana me los pasaba dibujando, qué gozada.
Mis hijos han hecho música, un poco obligados, también te lo digo. Aunque eligieron el instrumento que quisieron. Pero creo que lo han disfrutado. Lo del inglés, como en el cole lo hacen, nunca le di prioridad.
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Tuve mecanografía en el colegio, y junto con taquigrafía, que tortura!!!.
Y también soy de los que usa cuatro dedos para escribir. .
Un saludo
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Hola, agradable relato. Alguna vez tomé clases de judo y prefería que me tiraran a yo tirar, sentía feo , aparte de que no tenía tampoco la más mínima habilidad. Pasé por el judo sin pena ni gloria pero me quedó en la memoria una buena impresión de las artes marciales orientales.¡Saludos!
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Muchas gracias. Compartimos el breve paso por el Judo, y con los mismos resultados. Un saludo
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De pequeña me metí a Karate porque mi padre era sensei y era lo que tocaba. De más mayor renegué del Karate y tras unos años de inactividad me pasé al Ninjutsu. La mejor arte marcial que existe (a mi parecer). Por motivos personales ya no lo practico pero lo hecho de menos cada día. Y yo tampoco he sido nunca mucho de deportes, pero las artes marciales son otro mundo.
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Supongo que la filosofía de las artes marciales las hace diferentes. Pero yo, con mis 10 años, no la vi. Gracias por comentar. Un saludo
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… Muy interesante… Bastantes coincidencias.. Me gusta. Abrazo. Salud y saludos
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Muchas gracias. Un saludo.
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Que grato es compartir el gusto por un deporte con tanta gente… 30 años llevo practicándolo y no le pierdo el gusto. Gracias por compartir tu experiencia 🥋
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