Fórmula Uno

Desde que tengo memoria, siempre me apasionaron los coches. Mi hermana me ha contado más de una vez,  que con dos años, mientras caminábamos al lado de una fila de coches aparcados en batería, reconocía las marcas, al ver las insignias en la parte delantera. Y los iba nombrando con la lengua de trapo que se tiene a esa edad.

Con los años, mi pasión por los coches fue a más, y jugaba a reconocerlos de noche, solo por los faros encendidos. Más adelante, también empecé a seguir las carreras por la tele,  sobre todo las de Fórmula 1. He visto todas las carreras desde la temporada 1978. Tengo buena memoria, y recuerdo, no solo a los pilotos, sino también muchas de esas carreras vistas frente al televisor, en blanco y negro en los primeros años.

Actualmente me peleo con los locutores de las carreras, porque muchas veces comentan datos históricos erróneos, pero como los fanáticos de la F1 somos pocos en España, esos errores pasan desapercibidos. Para mí no.

El pasado año, la pandemia hizo que comenzara a hacer zoom, previos a las carreras con algunos amigos, que, o bien les gusta la F1, o bien me aguantan, mientras cuento anécdotas históricas como los abuelos. En este año 2021 los seguimos haciendo cada jueves.  Pero pese a tantos años de ver carreras en televisión, hasta 2004 no tuve oportunidad de ver una carrera en un circuito.

En 2004 yo era distribuidor de telefonía móvil  de la compañía Amena (hoy Orange) y en el mes de marzo nos convocaron a una reunión, para presentarnos un nuevo producto. Se trataba de unos teléfonos inalámbricos para la línea fija de casa, para suscripciones con la antigua Retevisión.  La reunión transcurría dentro de la monotonía habitual, hasta el momento en que el director nos plantea un premio por objetivos. Sonaron las palabras mágicas. Los 10 distribuidores de España que más suscripciones consiguieran, se irían cinco días a Brasil con un acompañante, y que incluía ver el gran premio de fórmula uno. Muchos de los presentes conocían mi pasión por las carreras, por lo que automáticamente giraron sus cabezas, y me miraron con una sonrisa cómplice.

Nunca había hecho caso a este tipo de premios. Yo hacia mi trabajo, y si tocaba algún premio, bienvenido sea. Pero esta vez era diferente. Me propuse ir a Brasil. No quería ganar dinero, solo ir a ver la carrera en el circuito. Así que dediqué todos los beneficios que se podían generar, a premios para el personal de ventas.

Fueron 6 meses intensos. Pero al final, conseguí quedar primero, doblando en cifras al segundo. Me iba a ver una carrera de Fórmula uno en directo y en Brasil…

Cuando llegué a casa, Gabriela me dijo que ella prefería no ir, que 10 horas de avión para ver una carrera no le hacía gracia. Y que prefería que fuera con alguien a quien le interesara más, para que sea más divertido.  Así que invité a mi amigo José Ángel a venir conmigo.

Con José Ángel en Rio de Janeiro. De fondo el Pan de azúcar.

Allí fuimos todos los ganadores más sus acompañantes, y algún cargo de la compañía. Nadie tenía ni idea de fórmula uno. Todos estaban allí sin el más mínimo interés en la carrera. Todos menos yo.

Durante los días previos, y mientras hacíamos algo de turismo, más de uno se acercaba y me preguntaba acerca de detalles de la carrera. Finalmente llegó el día. En la grada había unos pequeños televisores que reproducían la señal en directo. Me senté estratégicamente para tener visión perfecta, y luego me peleé con todos los brasileños que querían mover los monitores. Fue una carrera entretenida, con lluvia. Ganó el colombiano Montoya y Fernando Alonso quedó cuarto. Al año siguiente seria campeón.

Tickets de acceso al circuito.

Luego de la carrera, volvimos al hotel, y cenamos todos juntos. Los demás estaban felices por su semana en Brasil, pero yo seguía repasando las vueltas de la carrera y aquel adelantamiento bajo la lluvia. Al día siguiente subimos al avión para un vuelo de 10 horas, en el que casi no dormí, repasando mentalmente las imágenes del día anterior. También es verdad que dormir en un vuelo transoceánico en clase turista, y midiendo 1.83 de altura, siempre me resulta una tarea imposible, pero esto es tema de otra historia.

Con los años, tuve oportunidad de ver más carreras de F1 en otros circuitos, pero esa primera tuvo un sabor especial.

Han pasado casi 17 años y aun lo recuerdo como si hubiera sido ayer.

19 comentarios en “Fórmula Uno”

  1. Interesante, pues te diré que mi hijo igual que tú, imitaba el ruido del motor de los carros cuando aún no sabía hablar, pero los veía por la ventana del coche y jugaba con ellos. Él ahora es ingeniero mecánico y trabaja en la Ford. Así que entiendo muy bien lo que cuentas porque tuve cerca a un niño como tú.
    Un gusto leerte.

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  2. Tenemos muchas cosas en común, además del origen. Aunque soy bastante más mayor que tú, los ‘fierros’ fueron mi pasión hasta bien entrada la… ¿adultez? Sólo que antes de la F1 -que también-, mi infancia pasó por la ‘cupecitas’ del TC: Cupeiro, Rolo Álzaga, Perkins, Gálvez, etc.., además de prepararme mis coches con plastina y suspensión. Jajaja. Estoy recopilando todo en un libro para que mis nietos tengan referencia práctica de cuando no existían las tablets. Un saludo.

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  3. Que espléndida historia. A mi el automovilismo me encanta, aunque soy más de los rallys. Hiciste un buen trabajo ya ganaste tu premio, sin duda te importó más la prueba de F1 que el turismo, eso se llama pasión, que además se nota en tu texto. Un abrazo.

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  4. ¡Muy bonita historia! Esas aventuras te quedan como recuerdo para toda la vida y las repasas mentalmente una y mil veces. A mí me pasó cuando, con los compañeros de trabajo, forofos de las carreras, fuimos al Autódromo de Buenos Aires a ver un Gran Premio de F1. ¡Fue genial! Era la primera vez. Me encantó el ambiente, el color, las emociones, todo. Hasta la comida que llevamos y compartimos en las gradas. Lo único feo fueron las cargadas que tuve que aguantar por años en la oficina, a causa de mis gritos animando. ¡¡Ja Ja!!

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