El almacén de Don José

Hace unos días escribí una historia acerca del reciclaje, en la que recordaba como era  el ir a comprar, hace más de 40 años. Esto me hizo recordar que a principios de los años 70, casi no había supermercados.  Las compras del día a día, se hacían en las tiendas del barrio.

Muchas veces, mi madre me encomendaba esa tarea. Allí iba yo, con mi bolsa de la compra, que recuerdo que era de un tejido plástico, con dos asas duras. En casa no había carrito con ruedas para las compras.  Ella solía darme una lista escrita en un papel, con lo que tenía que comprar. Yo conocía todas las tiendas de mi barrio. Había dos fruterías a las que podíamos ir, una era  la frutería de dos hermanos chinos, que eran exóticos porque en esa época no había chinos, y la otra de un frutero llamado Picho. Para comprar golosinas y material escolar estaba la tienda  de Casimiro. La panadería era la de doña Consuelo. La tintorería era de un japonés de nombre impronunciable, con el que yo hablaba mucho, y me contaba cosas de su Okinawa natal. Yo aprovechaba para preguntarle por los coches japoneses, que comenzaban a llegar a Argentina. Nunca supe porque en Buenos Aires, todas las tintorerías las llevaban japoneses.

Pero la tienda de referencia familiar era el almacén de Don José.  Esa era la tienda de donde comprábamos todo, desde bebidas hasta jamón, o cosas de limpieza. Estaba en la esquina de las calles Chacabuco y Rondeau, a 150 metros de mi casa de Ramos Mejía.

Su propietario se llamaba José Ameijeiras, y  era un gallego de La Coruña, emigrante, que, como tantísimos, abandono su Galicia natal, después de la guerra civil española, para prosperar al otro lado del mar, y lo consiguió, trabajando como un burro.

En su negocio trabajaban todos, su mujer, su hija y su hijo.  Como muchos comercios similares de esa época, muchos clientes tenían cuenta en una libreta, donde se apuntaba todo lo que compraban. A fin de mes, los clientes pagaban lo apuntado,  cancelando la deuda. Podríamos decir que era el embrión del microcrédito y una forma de fidelización del cliente, pero basado en la confianza. A veces  yo escuchaba conversaciones que mantenía con algún cliente, en las que le recordaba lo que tenía pendiente de pagar. Nunca supe como actuaba en el caso de que alguien no pagara. En mi caso, yo siempre iba con dinero, a mi padre nunca le gustó deber, por lo que nunca tuvimos una página de esa libreta.

El hijo de Don José se llamaba Juan. En esa época tendría unos 20 o 25 años, y yo unos 8 o 9. Cada vez que llegaba, me decía “hola Carlitos”. Daba igual que le repitiera cada vez que mi nombre era Guillermo. Sabía que no me gustaba y por eso bromeaba siempre conmigo. Quizás, gracias a esto, me acuerdo de él. A eso y a que cada vez que él me atendía, me iba con unos cuantos caramelos en el bolsillo.

Con los años, don José se jubiló, y la familia no siguió con el negocio, quizás porque estaban cansados de tantas horas diarias de trabajo, o quizás porque poco a poco los supermercados que afloraban, hundían a estos pequeños comercios. En esos años, los hábitos de las familias fueron cambiando y las compras se comenzaron a hacer el fin de semana en las grandes superficies.

Pero siempre recuerdo mis días de compras,  recorriendo las tiendas del barrio. Y de los caramelos del hijo de Don José. Que poco encanto tiene ir a Carrefour.

19 comentarios en “El almacén de Don José”

  1. ¡Magnifica narrativa de una época! Te felicito. Creo que al ser mayor que tú, viví similar experiencia pero aún más memorables, como las galletitas, arroz, azúcar y otros productos que se vendían en los almacenes del barrio de Flores, desde sus envases: latas o sueltos. La leche, viniendo el vasco a casa con su carro a tracción a caballo y midiendo en sus recipientes de zinc lo que mi madre le pedía-sin obviar que la bendecía antes de entrar a casa-; el carro de Panificación Argentina que aparecía antes del atardecer con esos panes largos y crocante, que ahora llamamos baguette. Y podías estar horas jugando en la calle, en donde quizás pasaba un vehículo o dos, por hora. Gracias por traer a mi memoria momentos y olores maravillosos de mi infancia. Un abrazo.

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  2. Los detalles de aquellos tiempos!!! Lindísimo el relato!. las compras en negocios del barrio -en La Plata, en los barrios también existen, sumados a algún “chino” y alguno más grande-, las listas, las bolsas, las conversaciones, esas relaciones y complicidades. Hermosa reseña. Gracias Carlitos!!! Hasta el próximo recuerdo

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  3. Esos almacenes donde todavía se fiaba, donde los chicos siempre ligábamos algo de “yapa”, donde con la misma mano que te cobraban, te cortaban el fiambre y te servían galletas de una lata; sin alcohol en gel por medio. En mi Haedo natal estaba “Gran Tía”, seguramente la habrás visitado. Mis viejos iban una vez a mes, no más y con culpa, como si fuera una traición al almacenero del barrio. Pucha, no me puedo acordar del apellido… José y Angelita… solo de sus nombre me acuerdo!!!

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  4. Los comercios del barrio, toda una especie a extinguir en estos tiempos. Por eso siempre que me es posible, prefiero comprar en las tiendas que van quedando, en vez de en las grandes superficies, pero comprendo que la competencia es feroz y su futuro muy poco halagüeño. Me encantan tus historias llenas de nostalgia y de detalles que las hacen grandes. Un abrazo.

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