El regreso

Hace más de 32 años que vivo en Madrid. Aquí llegué con 24 y creo que soy más madrileño que porteño. Pero como todo inmigrante estoy partido.  A partir del momento en que la idea de emigrar empezó a pasar por mi cabeza, ya nada fue igual.

No existe el paraíso. Uno emigra con muchas ilusiones de cambio, pero se encuentra con otros cambios no previstos y no deseados. Al final, la elección ideal sería un poco de aquí y otro poco de allí. Como eso no es posible, uno elije lo que decide la balanza mental. Y a partir de ese momento, añoramos las cosas que se quedaron del otro lado.

En el último mes he viajado a Buenos Aires, para la venta de la casa de mi padre. Fue el final de un ciclo. Ya no queda nada material que me una a Argentina. Solo los afectos.

Fue un viaje largo. La pandemia redujo la oferta de vuelos y solo conseguí uno con escala en Frankfurt. Una tortura de 23 horas, sentado en una silla como las de la inquisición. En mi caso, con 1,83 de altura y algo pasado de peso, la clase turista es muy dura. En el salto del océano, con más de 13 horas de vuelo, dormir fue casi una misión imposible, así que me dediqué a ver varias películas, no muy buenas, por cierto.

Al final llegué, pese a todo. Y al aterrizar en Buenos aires,  pude escuchar los aplausos. Nunca entendí porque los argentinos aplauden al aterrizar. He viajado mucho y solo pasa si el vuelo tiene una mayoría de argentinos. No recuerdo que en ningún otro rincón del mundo se aplauda. O por lo menos nunca me tocó a mí.

Mi amigo Pablo me fue a recoger al aeropuerto, y luego de encontrarnos, nos fuimos a desayunar al centro de la ciudad. Mi primer contacto.

Esa misma noche pude compartir una cena con viejos amigos. Esas cenas, que ellos celebran con frecuencia, es de las cosas que más echo de menos en Madrid.

La distancia idealiza los recuerdos. Uno tiende a olvidar lo malo, y recuerda lo bueno como mucho mejor. Es por eso que un viaje cada tanto, reafirma nuestras elecciones y nos quita la nostalgia.

Esas empanadas que recordaba como inigualables, ya no son tan buenas, quizás porque efectivamente  ya no lo sean, quizás porque mi idealizado recuerdo puso el listón muy alto, o simplemente, porque mi gusto haya cambiado. Pero al probarlas, se cae el mito. Y esto pasa con muchas otras cosas.

Tengo una foto fija de lo que dejé hace mucho, pero todo sigue una evolución y se mueve, y ya no está donde lo dejé. La ciudad cambia, el paisaje no es el mismo que recordaba. Y las personas evolucionan. A veces coincidimos en la evolución y el reencuentro es fantástico. Otras veces, personas anteriormente cercanas, ya están lejos, aunque estén sentados enfrente.

Poco a poco, según pasan los días, voy desgranando y reconociendo las razones que me hicieron marchar, y al cabo de unos diez días, no veo la hora de volver a mi casa de Madrid. Es un proceso que me pasa cada vez que vuelvo.

Luego están los amigos. Esos con los que me siento en una cafetería “Havanna”, y que pese a que nos vemos poco, nos contamos nuestra vida y nuestros problemas con un café de por medio, con la misma confianza de siempre.

Finalmente me vuelvo a Madrid, con ganas de ver a mi familia. Seguramente el chapuzón de realidad ha hecho que no quiera volver en un tiempo. Pero cuando me acuerdo de ese café en la cafetería “Havanna” me vuelve a dar nostalgia y lamento la distancia.

Así es mi vida de inmigrante, partida entre dos mundos.

29 comentarios en “El regreso”

  1. La vida está hecha de añoranzas y recuerdos. Seguro que fue emocionante volver a pisar tu país, peri aquí ya tenías raíces que te reclamaban. No se puede evitar la melancolía. Me ha encantado leerte porque lo que tú sientes es un sentimiento que nos une a los hombres y mujeres. Un saludo.

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  2. Es verdad, Guillermo, vivimos un doblete. En marzo harán 40 años que dejamos Argentina y hemos vuelto de visita varias veces pero como tú dices, ya no es igual. Después de tanto tiempo ya vives, incluso piensas de otra manera. Nosotros ahora nos sentimos más españoles, concretamente catalanes, que argentinos. Sobre todo con dos hijos criados (que no nacidos) aquí, graduados universitarios aquí y casados aquí, y con nuestros padres y en mi caso también mos dos hermanos fallecidos, nada nos ata al suelo natal. Nuestro país es este. Felices fiestas y un saludo muy cordial.

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    1. Comparto totalmente tus pensamientos. Tambien creo que pienso de otra manera y me siento más español que argentino. Tengo mis hijas nacidas en Madrid, y tampoco viven mis padres. Pero pese a todo, sigo conservando muchas personas queridas, a las que me gustaria ver mas. Por suerte la tecnologia nos permite un contacto, que hace 20 años era impensable. Saludos

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  3. Siempre leo notas de los que se fueron (yo no lo puedo lograr, mi jubilación traducida a euros no es nada) no tengo apego a lugares, más creo que a América vine castigada y mi alma quedó en Europa. También se que en todas partes han problemas pero en Argentina bien gobernada se viviría muy bien, los habitantes tenemos la culpa. Hasta tu próxima nota y felicidades.

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  4. Me gusta la expresión «chapuzón de realidad», es muy gráfica. Creo que para darse ese chapuzón a veces no es necesario tomar un avión, porque esa realidad en la que las empanadillas no saben igual o los amigos ya no son los mismos, aunque los tengamos sentados frente a nosotros, puede suceder en otro país como es tu casi, en otra ciudad y si me apuras, hasta en otro barrio. Te doy la enhorabuena por el texto, siempre escribes muy sentido y emocional y hoy con esas gotas de nostalgia tan necesarias. Un abrazo Guillermo.

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  5. Las sensaciones de las personas desplazadas son muy parecidas, quizás porque, desde la lejanía, los recuerdos son inmutables y solo al aproximarse se palpan las diferencias y los cambios producidos.
    Ah, y no creas que los aplausos a que te refieres son una excepción sino casi una costumbre que se repite en una gran mayoria de vuelos aunque no haya pasaje argentino.
    Salud.

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  6. Hola Guillermo, como siempre que te leo, me identifico con lo que vives. Yo también hace muchos años que llevo lejos de mi San Telmo añorado. ¡Oh casualidad! Hace 32 años que estoy en Euskal Herria, la tierra de mis padres y abuelos. Hasta ahora, había intentado volver todos los años o año por medio. El choque es menor que si dejas pasar más tiempo, se mantienen mejor los contactos en común, no se corta el hilo de lo vivido. Pero la pandemia me ha impedido ir desde comienzos del 2019 y los años me han arrebatado amigos a los que no pude tomar la mano en el último momento. Tengo pena de lo que sentiré el día que vuelva a viajar. No me gusta sentirme como dice Filipa «ni de aquí ni de allá». ¿Cuándo? ¿Cómo me sentiré? ¡Quién sabe! Un gran abrazo.

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  7. Cuando era adolescente, fui durante varios años con mis padres de vacaciones a un pueblo del sur de España y en ese pueblo descubrí el primer amor, el mar, los amigos, los guateques, los paseos por la playa de piedra al atardecer, el «chambao», los pulpos que pescábamos y todas esas experiencias dejaron en mí un gran recuerdo. Por circunstancias familiares cambiamos de sitio de veraneo y no volví más a aquella zona. Los amigos, con los años, nos fuimos distanciando. Siempre quise regresar y pude hacerlo hace cuatro años. Nada se parecía a lo que yo recordaba. Solo el mar y la playa de piedras me llevaban al pasado. Ni el pulpo sabía de la misma forma. Como tú bien dices en tu precioso relato, la distancia idealiza los recuerdos. Lo vivido en aquella época, fue eso, unas vivencias que nunca volverán. Ese «chapuzón» de realidad que dices, me quitó la nostalgia. Gracias por compartir. Un abrazo.

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  8. No es necesario alejarse tanto para darse cuenta que ya no es igual cuando sales de tu tierra natal, pero en el fondo uno nunca olvida la tierra que te vio nacer aún así ya no seas parte de ella porque siempre queda el sentimiento genuino como el amor a la madre que te dio la vida.
    Encantado de pasar por tus letras.
    Saludos.

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  9. Hermoso relato que destaca que somos seres de vínculos sociales. Cuando regreses a Argentina, en el interior del país vas a poder probar las exquisitas empanadas que añoras, el salame de ciervo y los quesos de Tandil, y en cualquier estancia de las provincias, volver a comer un magnífico asado…

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  10. Tengo el alma dividida, dice siempre un compañero de colegio cuya hija gallega le recuerda que siempre tendrá dos patrias… la patria está donde está el corazón… sin dudas se puede tener el corazón en mas de un lugar.
    Argentina es un país tan hermoso como complejo y desconcertante y a veces uno llega a odiarlo… pero cuando caminando por New York escuchás la cumparcita, como me pasó a mi, se te inundan los ojos de nostalgia…
    Excelente escrito…!!!!

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  11. Duro, esto de emigrar. Aunque sea viniendo a la nación de la que tus propios abuelos tuvieron que marchar, con la esperanza de encontrar un medio de vivir mejor.
    Respecto a los aplausos al aterrizar, yo los he vivido en cierto vuelo con mucho viento en el que el piloto iba acercando el avión a tierra poquito a poco. Nadie decíamos nada. Cuando sentimos el golpe del suelo en las ruedas, los aplausos, con alivio, reconociendo al piloto su mérito.

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