Hace unos meses me cambié de casa. Y cualquiera que haya vivido una mudanza, sabe que hay cajas que van quedando en un rincón, y puede que se queden sin abrir hasta un año después o más. La semana pasada, mientras ordenaba algunas cosas de una de estas cajas, apareció esta afeitadora.
A fines de los setenta, mi tía Rosa hizo un viaje de turismo por Asia, cosa que era poco habitual en esos años. A su regreso, me trajo dos regalos. El primero fue una camiseta roja de la entonces colonia portuguesa de Macao, que pasó a ser mi preferida y la usé muchos años, hasta que la tela dijo basta. Pero el regalo estrella fue la pequeña afeitadora a pilas, marca Hitachi, de las que aun eran “made in Japan”, y que fue la que apareció en la caja de la mudanza.
Esta afeitadora fue la primera que cortó los incipientes pelos de mi cara de quince años. En ese momento buscaba cada día, la aparición de un pelo nuevo, que era sinónimo de ser mayor.
La barba no era algo habitual. No recuerdo a ningún tío o abuelo que la tuviera. La generación de mi padre era como mucho de dejarse el bigote, pero no la barba. Aun recuerdo a mi padre cuando cada mañana comenzaba el ritual con su brocha, repartiendo espuma en toda su cara, para luego afeitarse con una de esas maquinillas, que se abrían y se les ponía una hoja de afeitar marca Gillette.
A lo largo de la historia, la barba generó muchas situaciones curiosas, fue motivo de un impuesto en la Rusia del siglo XVII, es un distintivo religioso en alguna religión, y hasta fue un arma de guerra. El ejercito inglés, durante las guerras de India y Asia del siglo XIX, obligó a sus soldados a dejarse la barba, para impresionar a las culturas que la respetaban o temían. Muchos de ellos la siguieron usando al volver a su hogar, marcando tendencia.
Pero a mis quince años, y viviendo bajo la dictadura argentina, llevar barba te convertía en sospechoso y hasta los empleados públicos tenían prohibido llevarla. También para la foto del DNI había que ir bien afeitado, en unas de las tantas prohibiciones absurdas de ese gobierno.
Por suerte, cuando yo decidí que me la dejaría crecer, tenía casi unos 18 años y la dictadura agonizaba. No sé si lo hice por rebeldía o por pereza, y aunque me gusta contar que por lo primero, puede que también haya algo de lo segundo, porque la acompañaba con mi cabeza con el pelo largo. Al principio, en mi cara salían tres pelos desparejos, pero con el tiempo, las calvas se fueron rellenando.
En estos meses mi barba cumple cuarenta años. En todo este tiempo solo me la quite dos días. El primero de ellos fue en 1993, y no sé bien porque lo hice. Esa tarde, mi amigo Juan vino a verme a casa. Yo estaba fuera, y pasó a mi lado sin reconocerme. La verdad es que ni yo me reconocía. Para Gabriela también fue algo inesperado. Al fin y al cabo, me había conocido diez años antes y nunca había visto mi cara sin pelos. No le gustó, y a mí tampoco. Y por suerte no tardó mucho en crecer.
La segunda vez fue en abril de 2020. En pleno confinamiento por el covid. Había mucho tiempo libre y les dije a mis hijas que se prepararan, porque iban a ver algo, que solo verían una vez en su vida. Tampoco lo aprobaron. Aquí hubo unanimidad familiar.
Nunca en mi vida me afeité con una cuchilla. A lo largo de los años fui renovando corta pelos para barba, y aprendí a cortarla y arreglarla cada domingo. Creo que no sería capaz de afeitarme a diario.
Los tiempos cambian, y las modas y costumbres también. Hoy casi es más raro afeitarse. Si hasta el rey marca tendencia al dejarsela.
Hace unos años visité el pueblo de mi abuelo materno, en Italia. Y descubrí que el pueblo tenía una torre normanda. Los vikingos habían estado por esas tierras siglos atrás. A partir de ese momento, y mostrando los pocos pelos de mi barba que eran pelirrojos, bromeaba todo el tiempo, alegando mis antepasados vikingos.
Hoy ya no puedo bromear sobre eso. Los pocos pelos pelirrojos se convirtieron en blancos, como la mayoría del resto. Ahora cada día las canas son más. Me estoy haciendo viejo.
Reblogueó esto en herrerajulio.
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Mi barba está siempre en mi cara, y creo que se asentó ahí porque ella sabía que yo era tan perezoso que no movería un pelo pa’ quitarla. O al menos eso era antes… Ahora es que si me la quito, me pasaría lo mismo que a ti, que nadie a mí alrededor volvería a hablarme hasta que me hubiese crecido de nuevo. Buen post! Muy bárbaro!!!
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Ni yo mismo me reconozco sin ella. jajaja. Un saludo
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Es gracioso que uno pierda la identidad al perder la barba, pero es cierto. Al ver a una persona a quien conoces desde hace mucho tiempo con los pelos puestos, si se la saca, ni lo reconoces.
Un saludo Guillermo.
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Así es. Hay personas que alternan la barba con la cara al descubierto, y tenemos en la mente las dos versiones. Pero los que somos de barba permanente, somos irreconocibles al afeitarnos. Un saludo.
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En cambio de casa siempre aparecen sorpresas. Es volver a mirar lo que creías perdido. Un saludo.
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Son interesantes esos cambios. Aparecen cosas que creias perdidas, y vuelven a la vida otras que estaban en el olvido. Un saludo.
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Aún conservo la afeitadora que utiliza la hoja de afeitar, y funciona muy bien.
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Esas son eternas. De cuando no existía la obsolescencia programada. Un saludo
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Yo conservo la Gillette de mi padre, era la única que quería !
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Mi padre se pasó a la eléctrica los últimos años de su vida, así que la suya habrá ido a la basura hace mas de veinte años. Ya solo conservo esa imagen de la infancia.
Saludos
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Y mi padre tuvo la navaja de afeitar la que se llama navaja barbera, la usaba toda su vida y la guardamos como un recuerdo de él. Uno de mis más vivos recuerdos de mi padre es él , afeitandose con esa peligrosa navaja. Un abrazo.
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Las imágenes de niño no se borran. Un abrazo.
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Beautifully written ! Very earlier men used razor to shave but now the time has changed! And yes we are going to be old our children will take the place of ours . Well shared 👍🌹
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Thank you very much for your words and for reading.
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It’s pleasure of mine ❤️
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Me ha encantado tu relato Guillermo. Ha he cambiado 15 veces de casa.
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Muchas gracias !! por suerte yo no llevo tantos cambios de casa. Un saludo.
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Un saludo.
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